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miércoles, 19 de noviembre de 2008

LA FILOSOFIA LIBERADORA

El poder liberador de la filosofía

Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer, la filosofía que no entristece o contraría a nadie no es filosofía. Sirve para detestar la estupidez , hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento bajo todas sus formas. ¿Existe alguna disciplina, fuera de la filosofía, que se proponga la crítica de todas las mistificaciones , sea cual sea su origen y su fin? Denunciar todas las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mistificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las víctimas y de los autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo, afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confundan los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral o la religión. Vencer lo negativo y sus falsos prejuicios. ¿Quién, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto? La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmitificación. Y, en este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía. Por muy grandes que sean, la estupidez y la bajeza serían aún mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que querrían, que respectivamente les prohíbe, aunque sólo sea por el qué dirán, ser todo lo estúpida y lo baja que cada una por su cuenta desearía. No les son permitidos ciertos excesos, pero, ¿quién, excepto la filosofía, se los prohíbe? ¿quién les obliga a enmascararse, a adoptar aires nobles e inteligentes, aires de pensador? Ciertamente existe una mistificación específicamente filosófica; la imagen dogmática del pensamiento y la caricatura de la crítica lo demuestran. Pero la mistificación de la filosofía empieza a partir del momento en que ésta renuncia a su papel... desmitificador, y tiene en cuenta los poderes establecidos: cuando renuncia a detestar la estupidez, a denunciar la bajeza. Es cierto, dice Nietzsche, que actualmente los filósofos se han convertido en cometas. Pero desde Lucrecio hasta los filósofos del siglo XVIII debemos observar estos cometas, seguirlos todo lo posible, hallar su camino fantástico. Los filósofos-cometas supieron hacer del pluralismo un arte de pensar, un arte crítico. Supieron decir a los hombres lo que ocultaban su mala conciencia y su resentimiento. Supieron oponer a los valores y a los poderes establecidos aunque no fuera más que la imagen de un hombre libre. Después de Lucrecio ¿cómo es posible preguntar para qué sirve la filosofía?
Es posible preguntarlo porque la imagen del filósofo está constantemente oscurecida. Se hace de él un sabio, él que es sólo un amigo de la sabiduría, amigo en un sentido ambiguo, es decir, el anti-sabio, el que debe disfrazarse de sabiduría para sobrevivir. Se hace de él un amigo de la verdad, él que somete lo verdadero a la más dura prueba, de donde la verdad sale tan descuartizada como Dionysos : la prueba del sentido y del valor. La imagen del filósofo se oscurece debido a todos sus disfraces necesarios, pero también debido a todas las traiciones que hacen de él el filósofo de la religión, el filósofo del Estado, el coleccionista de los valores en curso, el funcionario de la historia. La imagen auténtica del filósofo no sobrevive al que durante un tiempo supo encarnarlo en su época. Debe recuperarse, reanimarse, debe hallar un nuevo campo de actividad en la época siguiente. Si la labor crítica de la filosofía no se recupera activamente en cada época, la filosofía muere y con ella la imagen del filósofo, la imagen del hombre libre. La estupidez y la bajeza no dejan de formar nuevas alianzas. La estupidez y la bajeza son siempre las de nuestro tiempo, la de nuestros contemporáneos, nuestra estupidez y nuestra bajeza. A diferencia del concepto intemporal del error, la bajeza no se separa del tiempo, es decir del transporte del presente, de esta actualidad en la que se encarna y se mueve. Por eso la filosofía tiene con el tiempo una relación esencial: siempre contra su tiempo, crítico del mundo actual, el filósofo forma conceptos que no son ni eternos ni históricos, sino intempestivos e inactuales. La oposición en la que se realiza la filosofía es la de lo inactual, de lo intempestivo con nuestro tiempo. Y lo intempestivo encierra verdades más duraderas que las verdades históricas y eternas reunidas: las verdades del porvenir. Pensar activamente, es «actuar de la forma inactual, o sea contra el tiempo, y a partir de ahí incluso sobre el tiempo, en favor (así lo espero) de un tiempo futuro». La cadena de los filósofos no es la eterna cadena de los sabios, y menos aún el encadenamiento de la historia, sino una cadena rota, la sucesión de cometas, su discontinuidad y su repetición que no se refieren ni a la eternidad del cielo que atraviesan, ni a la historicidad de la tierra que sobrevuelan.
No hay ninguna filosofía eterna, ni ninguna filosofía histórica. Tanto la eternidad como la historicidad de la filosofía se reducen a esto: la filosofía, siempre intempestiva, intempestiva en cada época.

1. ¿Qué comparación (semejanzas y diferencias) podría establecer entre la afirmación de Deleuze: «la filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido» y la de Horkheimer: «la verdadera función social de la filosofía reside en la crítica de lo establecido»? ¿Qué comparación podría establecer entre la afirmación de Deleuze: «la filosofía que no entristece o contraría a nadie no es filosofía» y la de Sócrates: «también allí me atraje el odio de aquél y de muchos otros»? 2. ¿Por qué la filosofía que no entristece no es filosofía? 3. ¿Cuál es la utilidad de la filosofía para el autor? 4. ¿Qué significa «estupidez»? 5. ¿En qué medida la filosofía colabora en la tarea de «hacer hombres libres»? 6. ¿En qué se basa el autor para sostener que la filosofía no ha fracasado? 7. Relacione la afirmación de que la filosofía está «siempre contra su tiempo» con el enunciado «la verdadera función social de la filosofía reside en la crítica de lo establecido». 8. ¿En qué consiste la mistificación de la filosofía? 9. ¿Por qué está oscurecida la imagen del filósofo? 10. ¿Por qué el autor prefiere hablar de discontinuidad a hacerlo en términos de historia? ¿Qué significa que la filosofía es «inactual» o «intempestiva»?

QUÉ ES LA FILOSOFÍA

¿Qué es la filosofía?

El filósofo es el amigo del concepto, está en poder del concepto. Lo que equivale a decir que la filosofía no es un mero arte de formar, inventar o fabricar conceptos, pues los conceptos no son necesariamente formas, inventos o productos. La filosofía con mayor rigor, es la disciplina que consiste en crear conceptos. ¿Acaso será el amigo, amigo de sus propias creaciones? ¿O bien es el acto del concepto lo que remite al poder del amigo, en la unidad del creador y de su doble? Crear conceptos siempre nuevos, tal es el objeto de la filosofía. El concepto remite al filósofo como aquel que lo tiene en potencia, o que tiene su poder o su competencia, porque tiene que ser creado. No cabe objetar que la creación suele adscribirse más bien al ámbito de los sensible y de las artes, debido a lo mucho que el arte contribuye a que existan entidades espirituales, y a lo mucho que los conceptos filosóficos son también sensibilia [perceptibles por los sentidos]. A decir verdad, las ciencias, las artes, las filosofías son igualmente creadoras, aunque corresponda únicamente a la filosofía la creación de conceptos en sentido estricto. Los conceptos no nos están esperan­do hechos ni acabados, como cuerpos celestes[1]. No hay firmamento para los conceptos. Hay que inventarlos, fabricarlos o más bien crearlos, y nada serían sin la firma de quienes los crean. Nietzsche determinó la tarea de la filoso­fía cuando escribió: «Los filósofos ya no deben darse por satisfechos con aceptar los concep­tos que se les dan para limitarse a limpiarlos y darles lustre, sino que tienen que empezar por fabricarlos, crearlos, plantearlos y convencer a los hombres de que recurran a ellos. Hasta ahora, en resumidas cuentas, cada cual confiaba en sus conceptos como en una dote milagrosa procedente de algún mundo igual de milagroso», pero hay que sustituir la confianza por la desconfianza, y de lo que más tiene que desconfiar el filósofo es de los conceptos mientras no los haya creado él mismo (Platón lo sabía perfectamente, aunque enseñaba lo contrario ...). Platón decía que había que contemplar las Ideas, pero tuvo antes que crear el concepto de Idea. ¿Qué valor tendría un filósofo del que se pudiera decir: no ha creado conceptos, no ha creado sus conceptos?

Vemos por lo menos lo que la filosofía no es: no es contemplación, ni reflexión, ni comunicación[2], incluso a pesar de que haya podido crear tanto una cosa como la otra, en razón de la capacidad que tiene cualquier disciplina de engendrar sus propias ilusiones y de ocultarse detrás de una bruma que desprende con este fin.

... Conocerse a sí mismo - aprender a pensar - hacer como si nada se diese por descontado - asombrarse, «asombrarse de que el ente[3] sea» ..., estas determi­naciones de la filosofía y muchas más componen actitudes interesantes, aunque resulten fatigosas a la larga, pero no constituyen una ocupación bien definida, una actividad precisa, ni siquiera desde una perspectiva pedagógica. Cabe considerar decisiva, por el contrario, esta definición de la filosofía: conoci­miento mediante conceptos puros. [4]

G. Deleuze (1925-1995) y F. Guattari (1930-1992) son filósofos franceses contemporáneos que editaron ¿Qué es la Filosofía? en 1991.

1. ¿En qué sentido los filósofos están en poder de los conceptos? ¿En qué sentido podríamos estar en poder de nuestros amigos? 2. ¿Qué diferencias hay entre crear y fabricar, formar o inventar? 3. ¿Cuál es el objeto de la filosofía para los autores? 4. ¿Qué tienen en común ciencias, artes y filosofías? ¿En qué difieren? 5. ¿Por qué dicen los autores que se debe desconfiar de los conceptos ya creados? 6. ¿Qué relación podría establecer entre esta afirmación: «de lo que más tiene que desconfiar el filósofo es de los conceptos mientras no los haya creado él mismo» y la frase de Horkheimer: «los filósofos (...) mantienen una relación tensa con la realidad tal cual ella existe»? 7. ¿Cómo se define la filosofía para los autores?



[1] Los cuerpos celestes eran considerados seres divinos por la tradición griega y en cuanto tales, perfectos, eternos e invariables.

[2] Escolarmente se ha caracterizado a la filosofía griega antigua como un saber contemplativo, a la filosofía moderna como un saber fundado en la reflexión del sujeto, y a la filosofía postmoderna como una teoría de la acción comunicativa (Habermas).

[3] «Ente» es el participio presente del verbo ser: «lo que es».

[4] Deleuze, G.-Guattari, F.: ¿Qué es la filosofía?, traducción de T. Kauf, Barcelona, Editorial Anagrama, 1993, pp. 11-13.

LA FILOSOFIA COMO CRITICA

Criticar lo establecido

Cuando en una conversación aparecen los conceptos* de física, química, medicina o historia, los participantes, en general, asocian con ellos [con los títulos] algo muy concreto. Si llega a surgir una diferencia de opiniones, pueden consultar un diccionario o alguno de los manuales corrientes, o bien recurrir a un especialista más o menos destacado en la materia en cuestión. La definición de cada una de esas ciencias se deduce* directamente de su posición en la sociedad actual. Aunque ellas podrían hacer en el futuro los más grandes progresos, (...) sin embargo, nadie se interesa realmente por definir esos conceptos de otro modo como no sea relacionándolos con las actividades científicas que en este momento se encuadran en tales denominaciones.

Con la filosofía no ocurre lo mismo. Supongamos que le preguntásemos a un profesor de filosofía qué es la filosofía. Si tenemos suerte y damos por casualidad con uno que no rechace por principio las definiciones*, nos dará una. Pero si aceptamos esa definición, pronto comprobaremos, presumiblemente, que no es, de ningún modo, la que se reconoce en general y en todas partes. Entonces podríamos dirigirnos a otras autoridades, o también a los manuales modernos y antiguos. Eso sólo aumentaría nuestra confusión.

[...] Los enemigos de la filosofía dicen, a su vez, que, en caso de tener ella un valor, ya no sería filosofía sino ciencia positiva. Todo lo restante de sus sistemas sería sólo palabrería; lo que esos sistemas sostienen sería interesante algunas veces, pero por lo general aburrido y en todos los casos inútil. Los filósofos por su parte, muestran una empecinada indiferencia frente al juicio del mundo exterior. Desde el proceso a Sócrates es evidente que mantienen una relación tensa con la realidad* tal cual ella existe[1], especialmente con la comunidad en que viven. Esa tensión cobra a veces la forma abierta de la persecución; en otras ocasiones, se manifiesta, simplemente, en que su lenguaje no es comprendido. Se ven obligados a vivir en secreto, ya sea física o intelectualmente. También los científicos han entrado a veces en conflicto con la sociedad de su tiempo. Pero aquí debemos volver a la mencionada diferencia entre elementos filosóficos y elementos científicos e invertir los términos: las causas de la persecución residían en las concepciones filosóficas de estos pensadores, no en sus teorías científicas.

[...] El carácter refractario de la filosofía respecto de la realidad deriva de sus principios* inmanentes*. La filosofía insiste en que las acciones y fines del hombre no deben ser producto de una necesidad ciega[2]. Ni los conceptos científicos ni la forma de la vida social, ni el modo de pensar dominante ni las costumbres prevalecientes deben ser adoptadas como hábito y practicadas sin crítica[3]. El impulso de la filosofía se dirige contra la mera tradición y la resignación en las cuestiones decisivas de la existencia; ella ha emprendido la ingrata tarea de proyectar la luz de la conciencia aun sobre aquellas relaciones y modos de reacción humanos tan arraigados que parecen naturales, invariables y eternos[4].

[...] El racionalismo individual puede ir acompañado de un completo irracionalismo general. Los actos de individuos que, en la vida diaria, pasan con toda justicia por razonables y útiles, pueden resultar perjudiciales y hasta destructivos para la sociedad. Por eso, (...) es preciso recordar que la mejor voluntad para realizar algo útil puede tener como consecuencia lo contrario; simplemente porque esa voluntad puede ser ciega respecto de lo que rebasa los límites de su especialidad o de su profesión, porque ella se concentra en lo más cercano y desconoce la verdadera esencia* de aquello que solo puede ser esclarecido en una conexión más amplia[5].

[...] La filosofía en oposición a otras disciplinas, no tiene un campo de actividad fijamente delimitado dentro del ordenamiento existente. Este ordena­miento de la vida, con su jerarquía de valores, constituye un problema en sí mismo para la filosofía. Si la ciencia puede aún acudir a datos establecidos que le señalan el camino[6], la filosofía, en cambio, debe siempre confiar en sí misma, en su propia actividad teórica.

[...] La verdadera función social de la filosofía reside en la crítica de lo establecido[7]. Eso no implica la actitud superficial de objetar sistemáti­ca­mente ideas o situaciones aisladas, que haría del filósofo un cómico personaje. Tampoco significa que el filósofo se queje de este o aquel hecho tomado aisla­damente, y recomiende un remedio. La meta principal de esa crítica es impedir que los hombres se abandonen a aquellas ideas y formas de conducta que la sociedad en su organiza­ción actual les dicta. Los hombres deben aprender a discernir la relación entre sus acciones individuales y aquello que se logra con ellas, entre sus existencias particulares y la vida general de la sociedad, entre sus proyectos diarios y las grandes ideas reconocidas por ellos[8]. La filosofía descubre la contradicción en la que están envueltos los hombres cuando, en su vida cotidiana, están obligados a aferrarse a ideas y conceptos aislados.

[...] La filosofía es el intento metódico y perseverante de introducir la razón en el mundo; eso hace que su posición sea precaria y cuestionada. La filosofía es incómoda, obstinada y, además, carece de utilidad inmediata*; es, pues, una verdadera fuente de contrariedades[9].

Max Horkheimer, filósofo y sociólogo alemán, nació en Stuttgart en 1895, fue director del Instituto de Investiga­ción Social desde 1931, murió en 1973 en Nüremberg. El artículo La función social de la filosofía fue escrito en 1940.

1. ¿Qué diferencias señala el autor entre las ciencias y la filosofía? 2. Compare los dos primeros párrafos de este texto con la «misión» de Sócrates. 3. ¿Cómo es caracterizada la filosofía por sus enemigos? 4. ¿Cuál es la relación de la filosofía con «la realidad-tal-cual-ella-existe» (realidad-dada)? 5. ¿Por qué la filosofía insiste en que las formas de vida no pueden ser adoptadas sin crítica? ¿Qué significa «crítica»? 6. ¿Por qué se sostiene que no bastan ni el racionalismo individual ni el voluntarismo? 7. ¿Por qué la filosofía sólo puede confiar en su propia actividad teórica? ¿Por qué no basta con la «comprobación» científica o con la experiencia cotidiana o histórica? 8. ¿Cuál es la meta de la filosofía entendida como crítica? 9. ¿Qué significa que la filosofía es el intento de «introducir la razón en el mundo»? 10. ¿Por qué se afirma que la filosofía es una «fuente de contrariedades»? 11. ¿Qué relaciones podría establecer entre este texto y el anterior (de la Apología de Sócrates)?



[1] La realidad dada o existente es la forma de vida tal cual se ha venido dando hasta ahora, la costumbre establecida, las verdades aceptadas como naturales u obvias. Lo meramente existente o dado reduce el concepto de realidad al quitarle toda potencialidad, virtualidad o capacidad no-dada o no-existente, pero contenida o implícita.

[2] Necesario es lo que no puede ser de otro modo que como es. La necesidad es ciega cuando no puede ser conocida por la razón o por el saber ni dominada por la voluntad.

[3] En la filosofía, a diferencia de la economía y la política, crítica no significa la condena de una cosa cualquiera, ni el maldecir contra esta o aquella medida; tampoco la simple negación o el rechazo. Es cierto que, en determinadas condiciones, la crítica puede tener esos rasgos puramente negati­vos. Pero lo que nosotros enten­demos por crítica es el esfuerzo intelectual, y en definitiva práctico, por no aceptar sin reflexión y por simple hábito las ideas, los modos de actuar y las relaciones sociales dominantes; el esfuerzo por armonizar, entre sí y con las ideas y metas de la época, los sectores aislados de la vida social; por dedu­cirlos genéticamente; por separar uno del otro el fenómeno y la esencia; por investigar los fundamentos de las cosas, en una palabra: por conocerlas de manera efectivamente real.

[4] Estas “relaciones y modos de reacción humanos tan arraigados que parecen naturales, invariables y eternos” eran llamados más arriba “la realidad tal cual ella existente” u “ordenamiento existente” o realidad dada.

[5] Como en el texto de la Apología de Sócrates, se plantea el problema de la relación entre la especialidad (ligada a los oficios, las ciencias o la cotidianeidad inmediata) y lo global (ligada a lo difícil, a lo abstracto, a la filosofía).

[6] La ciencia confía en el método científico y los criterios de verdad establecidos y aceptados por la comunidad científica.

[7] «Lo establecido» significa aquí el status quo establecido, lo aceptado como verdadero, lo dado. No hace referencia solamente a la forma de vida establecida, sino también a los valores, las creencias, las normas, las ideas, las opiniones, e incluso las verdades.

[8] De nuevo se plantea la relación entre lo inmediato y lo global.

[9] Horkheimer, M.: Teoría crítica, traducción de E. Albizu y Carlos Luis, Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1974, pp. 272-88.

SABER QUE NO SÉ

La conciencia de la ignorancia como condición del saber

El discurso transcripto a continuación es la defensa desarrollada por Sócrates ante el tribunal judicial que lo procesó, según la recreación que de él hizo Platón

Algunos de ustedes podría tal vez replicar: «Pero Sócrates, ¿cuál es tu ocupación? ¿Cómo se han originado estas ideas falsas acerca de ti? Pues, sin duda, si no te hubieras ocupado en algo más llamativo que lo que hacen los demás, no se habría generado tal fama ni se dirían tales cosas si no obrases de manera distinta que la mayoría. Dinos, pues, de qué se trata, para que no opinemos de ti con ligereza».

Me parece que el que dijera tales cosas hablaría con justicia, y precisa­mente intentaré explicarles qué es lo que me ha creado tal reputación y tal falsa imagen. Escúchenme entonces. Quizá parezca a algunos de ustedes que bromeo; sepan, sin embargo, que les diré toda la verdad. En efecto, señores atenienses, por ninguna otra cosa que por una cierta sabiduría es que he adquirido esta reputación. Pero, ¿qué clase de sabiduría es ésta? Precisamente la que es de alguna manera sabiduría humana[1]. En ella sí me atrevo a decir que soy realmente sabio; probablemente, en cambio, aquellos que acabo de mencionar serían sabios en alguna sabiduría sobrehu­mana, o no sé qué decir [de ella]; yo, en efecto, no la poseo, y el que lo afirme miente y habla con una idea errónea. Por favor, no me interrumpan aunque les parezca que hablo con pedantería; pues no hablaré por mí mismo, sino que remitiré lo que digo a alguien digno de fe. Como testigo de mi sabiduría -si es que es sabiduría- y de cómo es ella, pongo al dios de Delfos[2]. Seguramente han conocido ustedes a Querefonte, cuánta pasión ponía en lo que emprendía. Pues bien, en cierta ocasión que fue a Delfos, se atrevió a preguntar al oráculo[3]... pero repito, señores, no me vayan a interrum­pir; preguntó si había alguien más sabio que yo. La pitonisa le respondió que no había nadie más sabio. Y acerca de estas cosas puede testimoniar su hermano, aquí presente, ya que Querefonte ha muerto. Dense cuenta ustedes por qué digo estas cosas: les voy a mostrar, en efecto, de dónde se ha originado la falsa imagen de mí. En efecto, al enterar­me de aquello reflexionaba así: «¿Qué quiere decir el dios y qué enigma hace? Porque lo que es yo, no tengo ni mucha ni poca conciencia de ser sabio. ¿Qué quiere decir, entonces, al afirmar que soy el más sabio? No es posible, sin embargo, que mienta, puesto que no le está permiti­do». Y durante mucho tiempo dudé acerca de lo que quería decir, hasta que con grandes escrúpulos me volqué a su investigación, de la manera siguiente. Fui al encuen­tro de los que eran considerados sabios, en el pensamiento de que allí -si era posible en algún lado- refutaría la sentencia del oráculo, demostrándole que «éste es más sabio que yo, aunque has dicho que lo era yo». Ahora bien, al examinar a aquel con quien tuve tal experiencia -no necesito dar el nombre: era un político-, señores atenienses, y al dialogar con él, experimenté lo siguien­te: me pareció que muchos otros creían que este hombre era sabio, y sobre todo lo creía él mismo, pero que en realidad no lo era. En seguida intenté demos­trarle que aunque él creía ser sabio, no lo era. La consecuencia fue que me atraje el odio de él y de muchos de los presentes. En cuanto a mí, al alejarme hice esta reflexión: «yo soy más sabio que este hombre; en efecto, probablemen­te ninguno de los dos sabe nada valioso, pero éste cree saber algo, aunque no sabe, mientras que yo no sé ni creo saber. Me parece, entonces, que soy un poco más sabio que él: porque no sé ni creo saber». Después fui hasta otro de los que pasaban por ser sabios, y me pasó lo mismo: también allí me atraje el odio de aquél y de muchos otros.

De este modo fui a uno tras otro, bien que sintiendo -con pena y con temor- que me atraía odios; no obstante, juzgué que era necesario poner al dios por encima de todo. Debía dirigirme entonces, para darme cuenta de qué quería decir el oráculo, a todos aquellos que pasaban por saber algo. Y ¡por el perro!, varones atenienses -pues es necesario que les diga a ustedes la verdad-, esto es lo que experimenté: al indagar de acuerdo con el dios, me pareció que los de mayor reputación eran los más deficientes o poco menos, mientras que los otros, que eran tenidos por inferiores, eran hombres más próximos a la posesión de la inteligencia. Ustedes ven que es necesario que muestre las vueltas que di en mi penoso trabajo, para que la sentencia del oráculo se me tornara irrefuta­ble. En efecto, después de los políticos acudí a los poetas, tanto a los autores de tragedias como a los de ditirambos y a todos los demás, en la idea de que allí me sorprendería in fraganti, por ser más ignorante que aquéllos. Llevé así conmigo los poemas de ellos que me parecieron más elaborados, y les pregunté qué querían decir, a fin de que al mismo tiempo me instruyeran. Pues bien, me da vergüenza decirles la verdad, señores; no obstante, debo decirla. Prácticamente todos o casi todos los presentes hablarían mejor acerca de aquellos poemas que los que los habían compuesto. En poco tiempo me di cuenta, con respecto a los poetas, que no hacían lo que hacían por sabiduría, sino por algún don natural o por estar inspirados[4], tal como los profetas y adivi­nos; éstos también, en efecto, dicen muchas cosas hermosas, pero no entienden nada de lo que dicen. Algo análogo me pareció que acontecía a los poetas; y a la vez advertí que, por el hecho de ser poetas, también en las demás cosas creían ser los más sabios de los hombres, pero que no lo eran. Me alejé, entonces, pensan­do que allí tenía la misma ventaja que sobre los políticos.

Para terminar, acudí a los trabajadores manuales. Yo estaba consciente de que no sabía prácticamente nada, y que me encontraría con que éstos sabían muchas cosas hermosas. Y en eso no me engañé, ya que sabían cosas que yo no sabía, y en ese sentido eran más sabios que yo. Pero, señores atenienses, me pareció que nuestros buenos [amigos] los artesanos tenían el mismo defecto que los poetas: a causa de ejecutar bien su oficio, cada uno se creía que también era el más sabio en las demás cosas, incluso en las más difíciles; y esta confusión oscurecía aquella sabiduría. De este modo me pregunté, sobre la base del oráculo, si no era mejor ser como soy: no siendo sabio en cuanto a la sabiduría de ellos ni ignorante en cuanto a su ignorancia, en lugar de poseer ambas cosas, como aquéllos. Respondí tanto al oráculo como a mí mismo que es mejor ser como soy.

De esta manera, señores atenienses, se generaron muchos odios hacia mí, algunos muy acres y muy violentos, de los cuales surgieron muchos juicios falsos acerca de mí. En efecto, en cada ocasión los presentes creen que yo soy sabio en aquellas cosas en que refuto a otro; pero en realidad el dios es el sabio, y con aquella sentencia quiere decir esto: que la sabiduría humana vale poco y nada. Y cuando dice «Sócrates» parece servirse de mi nombre como para poner un ejemplo. Algo así como [si] dijera: «El más sabio entre ustedes, seres humanos, es aquel que, como Sócrates, se ha dado cuenta de que en punto a sabiduría no vale en verdad nada». Todavía hoy sigo buscando e indagando, de acuerdo con el dios, a los conciudadanos y extranjeros que pienso que son sabios, y cuando juzgo que no lo son, es para servir al dios que les demuestro que no son sabios. Y por causa de esta tarea no me ha quedado tiempo libre para ocuparme de política en forma digna de mención, ni tampoco de mis propias cosas. Antes bien, vivo en extrema pobreza a causa de estar al servicio del dios[5].

Sócrates (470-399 a.C.) y Platón (429-348) son filósofos atenienses

Guía de preguntas

(1) ¿Cómo caracteriza Sócrates la misión que le asignó el dios Apolo? (2) ¿Por qué la sentencia del oráculo es para Sócrates un problema? ¿Cuál es el problema que se le plantea? (3) ¿Por qué Sócrates se considera más sabio que aquellos a los que interroga? (4) ¿Por qué juzgó necesario poner al dios por encima de todo? (5) ¿Por qué afirma Sócrates que es mejor ser como es y no ser como los que son considerados sabios? (6) ¿Por qué afirma Sócrates que «en realidad el dios es el sabio»? (7) ¿Qué significa la frase socrática «sólo sé que no sé nada»? (8) ¿Qué relaciones encuentra entre la actividad socrática de investigación haciendo preguntas y la carrera, disciplina o profesión que ha elegido? (9) ¿Cree Ud. que también en su actividad hacer preguntas le podría acarrear odios? ¿Qué piensa hacer en esas circunstancias? (10) ¿Cuáles son las condiciones que permiten el acceso al saber según Platón?

Trabajo práctico

1. Identifique los datos que acompañan el fragmento que va a leer: autor, obra de la que fue extraído, título que hemos dado al fragmento en la presente selección, notas aclaratorias.

2. Lea atentamente el texto con sus notas y señale en él los aspectos que considere importantes así como aspectos que considere oscuros o que presenten obstáculos para la comprensión.

3. Cada texto tiene una estructura propia e identificable. En el caso de este texto, Sócrates: a) se propone responder a una pregunta; b) esclarece los motivos por los que se ha equivocado la respuesta; c) sustituye los motivos erróneos por otros verdaderos, que explican igualmente los hechos. Identifique en el texto cada uno de estos momentos e indíquelos.

4. Lea la guía de preguntas y, sin responderla, identifique en el texto frases o párrafos que puedan ayudarlo a responder la guía.

5. Ahora es el momento de discutir con el docente las dificultades y los conceptos señalados en el texto.

6. Finalmente, arme las respuestas al punto 3. y a la guía de preguntas. Comience por transcribir los fragmentos señalados y luego explíquelos en función de lo trabajado en la clase. Tenga en cuenta, también, que el manual de Introducción a la filosofía puede ayudarlo en la redacción de sus respuestas. Apele a él indicándolo debidamente.



[1] «Humana» significa aquí «propia de los hombres», en contraposición con cualquier sabiduría divina o propia de los dioses, tal como era la inspiración del poeta, del profeta o del adivino.

[2] El dios de Delfos es Apolo. El juramento o poner al dios por testigo era un procedimiento jurídico normal en la época. Cf. Foucault, M.: La verdad y las formas jurídicas, traducción de E. Lynch, México, Editorial Gedisa, 2da. edición, 1986, pp. 40-42.

[3] Los oráculos eran lugares sagrados donde el dios se manifestaba a los hombres, contestando las preguntas que se le formulasen mediante signos que eran interpretados por las pitonisas, que ejercían la función de mediadoras.

[4] La inspiración de las musas o de los dioses es una forma de conocimiento en la cual es insuflada, infundida o comunicada una idea, una imagen, una opinión o un afecto. Los poetas y los adivinos eran portadores de un saber que no era producido por ellos sino por los dioses.

[5] Platón: Apología de Sócrates, versión castellana de C. Eggers Lan, Buenos Aires, 9na. edición, Eudeba, 1986, pp. 126-33.

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